LA ESPERA
LA ESPERA |
Joaquín Maldonado ENE21 |
Mónica
y Javier llevaban diez años de casados. Se conocieron en la Universidad. Ella nunca
le dirigió la palabra pues él era lo que se llama un chico poco popular. Fue su
persistencia, y que él prácticamente le hiciera su proyecto de tesis, la que
hizo que lo llevará de pareja en la fiesta de graduación. Para sorpresa de
todos se casaron a los pocos meses.
Ella
veía como tras los años Javier había intentado todo por complacerla. Lo primero
fue aceptar el trabajo en la empresa de su padre, un empleo que requería
habilidad financiera para la que un ingeniero como él no estaba preparado. Siempre
relegado por su suegro a un puesto subordinado. Seguramente en un trabajo que
él odiaba. Sin embargo lo aceptó. Estaba enamorado de ella.
Después
ocurrió lo de la casa, Mónica quiso comprar casa en una exclusiva privada, Javier
sabía que nunca podría pagar una casa tan lujosa, a menos que tuviera que tomar
prestado el dinero de la caja chica de la empresa de su suegro; y así fue como
lo hizo. De una línea de efectivo que manejaba no solo pago la casa, también mandaron comprar
todos los muebles a una de las más finas tiendas de Guadalajara. ¿Estaba ella
enterada del fraude a la empresa de su padre? Por supuesto. Nunca dijo nada,
Bastaba para ella vivir bien. Eran famosas las fiestas que ofrecía, así como
sus exquisitos cambios de atuendo y buen gusto en el vestir.
Con
el desamor también viene la infidelidad. Al principio se mantuvo, no estaba
enamorada de su marido, pero tenía un buen matrimonio, y eso era mucho en la
sociedad y el prestigiado grupo al que pertenecía. Tuvo, eso sí, algunos
amoríos que no pasaron de ser solo amores platónicos de correos electrónicos y
algunas llamadas insinuantes. Hasta que conoció a David, él trabajaba como
ayudante en las oficinas de su padre. Se enamoró de inmediato. Pidió que lo
pusieran como su chofer. Él era un tipo ventajoso e improvisado, nunca había
tomado un libro, no hablaba francés como ella, pero eso que importaba, ella
quería amor y lo tendría. Javier nada sabía de esto. No solo le daba su tiempo
y espacio, sino que se había acostumbrado a sus llegadas tarde de fiestas con
sus supuestas amigas.
El
padre de ella, en cambio, era la persona más recta del mundo. Siempre decía que
una traición no se le debería perdonar a nadie. Así que cuando se enteró del
tremendo desfalco de dinero en su empresa, la mandó llamar. Ante una pregunta
tan directa no pudo más que mentir. Explotó en llanto y, sin remordimiento,
acusó al pobre de su chofer de ser él y solo él quien había tomado el dinero. También
tuvo que confesarle de sus amoríos con el chofer, y como él la había obligado a
darle el acceso a la caja fuerte, de otro modo la tenía amenazada de contarle
todo a su esposo. Por último se refugió en los brazos de su padre, quien no
pudo más que apoyarla. La protegió. Ordenó traer a David. Le firmó un cheque
por un millón de pesos para que
desapareciera y se olvidara para siempre de ella. Lo premió, sí. Pero era más
importante la felicidad de su hija.
Paso
el tiempo. Mónica decidió olvidar a David y empezar a querer a Javier, solo por
eso, por decisión. Tenía en él al cómplice perfecto. Él estaba siempre ahí,
esperando, ¿Qué? El amor de ella, su felicidad, y Dios sabe que más. Ella en
cambio también esperaba lo mismo, aunque se había dado por vencida, sabía que
quizá eso, el amor, nunca llegaría. Ahora era más importante su matrimonio,
porque en la sociedad a la que pertenecía eso era lo más importante.
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